miércoles, 6 de julio de 2016

Contrapunto Les Arts

Puedo considerar el restaurante Contrapunto Les Arts como uno de los descubrimientos de la temporada. Lo encontré de casualidad, como siempre. Buscando en El Tenedor "nuevas experiencias" me topé con este restaurante, ubicado en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia. Un entorno privilegiado. Y una cocina también privilegiada. Porque la renombrada empresa Gourmet Catering&Espacios es la encargada de avalar una carta variada y suculenta.


Entre tanta variedad, optamos por el menú que nos ofrecía el restaurante al haber reservado a través de la aplicación de El Tenedor, consistente en dos entrantes, un arroz para compartir y un postre. Añadimos, además, otro entrante que nos llamó la atención de la carta. Después nos dimos cuenta que era demasiada comida... pero ¡que nos quiten lo 'bailao'!

Empezamos con el aperitivo, Wantán con aguacate y salmón marinado. Un sabor refrescante que me recordó al cucurucho crujiente de Canalla Bistro.


Seguimos con el tartar de atún con aguacate y sésamo. Ahora, revisando las fotos, me he dado cuenta que se me olvidó hacer una instantánea de este plato. Quizá era porque sabía lo que me iba a perder... No debo tomar demasiado atún, así que apenas lo probé. Eso sí... ya os digo que quitaba el hipo. Si no, que se lo digan a mi marido que se comió la ración de los dos.

Seguimos con el entrante que pedimos fuera del menú, calamar de playa con blanquet y sabayón de mostaza. Sencillamente, impresionante. Tierno, fresco, sabroso... Tanto el cuerpo del calamar, a la plancha, como las patas, rebozadas. 


¡Olé mis huevos! Y no, no lo digo por el calamar, sino que es el nombre del siguiente de los entrantes: Huevo cocido a 64º y 35 minutos, puré de patata parmentier, trufa fresca y jugo de rabo de cerdo y boletas con sal negra del Himalaya. 


La presentación, el emplatado (la trufa se rallaba ante el comensal y el caldo se añadía posteriormente) y, sobre todo, la combinación de sabores lo hacen un manjar único. De ahí que sea uno de los platos estrella del restaurante. Por cierto, ahora que lo pienso... también el Huevo de Oro era el buque insignia de Cicerone... ¿Casualidades?

Yo no podía más. Y todavía no había llegado el plato principal: Arroz de corvina y shitake. Meloso. Y delicioso. Con un sabor excepcional y buen punto del arroz, pese a ser caldoso, que siempre es más difícil de acertar. Aunque sobre gustos no hay nada escrito. Y en cuestión de arroces, menos.



Cerramos el ágape con los postres y el café. Pedimos brownie compacto con crema de galleta María y crumble de avellana y crema tailandesa con fresas. Este segundo no lo probé, pero el brownie estaba muy bueno. Eso sí... yo ya estaba en el límite...



La presentación de la crema tailandesa me llamó la atención. Tanto como el café cortado:


En definitiva, me gustó mucho la experiencia. Además, el servicio (la gente de sala y los cocineros que pudimos ver desde nuestra mesa eran todos muy jóvenes, por cierto) fue muy bueno y el entorno y las vistas son de auténtico lujo. Recomendado cien por cien.

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